24 agosto 2017

EL DEBER DE UN EDUCADOR por Mario Lodi



      Destruir la cárcel, hacer del niño el centro de la escuela, librarle de todos los miedos, dar sentido y alegría a su trabajo, crear a su alrededor una comunidad de compañeros que no sean sus antagonistas, dar importancia a su vida y a los sentimientos más elevados que se desarrollen en su interior; he aquí el deber del educador, de la escuela, de la sociedad. 
       Pero todo esto no es fácil, porque no depende sólo de la voluntad. Muchos colegas nos objetan, a los que desde hace tiempo hemos iniciado con valentía esta revolución silenciosa desde el interior de la escuela, que un niño, destinado a vivir en un mundo injusto, podría ser nocivo enseñarle qué es la libertad y cómo se vive en ella. 
       Ten en cuenta que algunos lo dicen de buena fe. Otros, simplemente creen que es mejor no hacer nada porque la sociedad destruye en un santiamén lo que la escuela ha ido construyendo de alguna manera.            
        A estos últimos no se les puede negar que tienen razón, pero su argumento tiene el aire de un pretexto para no revelarse a sí mismos cómo son y definirse como tales. Y es que uno muestra cómo es ya al primer día, cuando ante los niños debe decidir, plantear, cuál va a ser su trabajo: subyugar o liberar. Todo lo demás depende de esta elección, incluso la dimensión humana. 
       Si escoges la vía de la liberación, sientes nacer en tu interior una gran fuerza, que es el amor hacia los niños, el mismo amor que debes trasladar al plano social como compromiso con el prójimo.