"Para mí el rasgo más significativo de la educación en las últimas décadas es el control adulto de los más mínimos detalles en la vida del niño. Nuestra sociedad oscila entre hacer demasiado y hacer poco. Por un lado, los cuidamos y protegemos con una energía sobrehumana, preparamos su futuro, creamos una imagen perfecta de lo que debe ser un “niño perfecto”, un “super-niño”. Por otro, no somos capaces de imponer disciplina. Los padres, en particular, hemos perdido la capacidad de decir no. Pasamos mucho tiempo educando a nuestros hijos, enseñándoles cosas, llevándolos en coche de una actividad a otra, del fútbol al tenis o a piano, pero no el tiempo suficiente estando, simplemente estando con ellos, escuchándolos, jugando, charlando. Hay algo claustrofóbico e intensamente paranoico en las relaciones con los hijos."
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